La carretera rugía con el eco de varias motos que avanzaban en grupo, como una cuadrilla imparable devorando el asfalto a gran velocidad. El aire se cortaba en silbidos y la adrenalina parecía gobernar cada giro del manillar. Pero en medio de la curva, una sorpresa mortal aguardaba: un coche detenido en plena vía, inmóvil, como un obstáculo imprevisto en la trayectoria de los motociclistas.
El instante se volvió eterno. Dos de las motos, con reflejos casi felinos, lograron esquivar el coche en un movimiento brusco que dejó olor a caucho quemado en el aire. La tercera no tuvo la misma suerte: sin tiempo para reaccionar, impactó violentamente contra el vehículo, desatando un estruendo seco que hizo temblar la escena. La cuarta moto, en un salto desesperado, pasó literalmente por encima del coche y del caos, desafiando las leyes de la lógica y el miedo, en una maniobra tan temeraria como sobrehumana.
Todo ocurrió en apenas unos segundos, un instante en el que la vida y la muerte se cruzaron en la curva, dejando tras de sí un silencio espeso que contrastaba con el rugido frenético de los motores segundos antes.
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